viernes, 22 de noviembre de 2013

El eco del silencio

Un cuento por Víctor Álex Hernández


Fotografía: José de Haro 
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¡Yo creía ser feliz! Todo me iba bien. Tenía salud, una familia adorable, la estabilidad que solo un buen oficio nos puede dar. Había tenido la suerte de conseguir y conservar unos amigos honestos y una situación económica desahogada. No es que pudiéramos escatimar en gastos y olvidarnos de la gran escasez que vivíamos en otros tiempos y que aún hoy observábamos a nuestro alrededor, pero sí que nos podíamos permitir ciertos lujos que no están al alcance de todo el mundo. Siempre me consideré un alumno aventajado, un complaciente hijo, más tarde un eficiente empleado, un padre concienciado, y un esposo cercano. Y como consecuencia de todo esto la vida me devolvió salud, me recompensó con amor, y el dinero se hizo su propio camino entrando por mi puerta en su justa medida. La verdad es que jamás se me ocurrió reprochar nada a mi destino. Me hubiera gustado haber sido actor, pero la insistencia de mis padres hizo que finalmente estudiara periodismo. Luego me casé y tuve dos niños maravillosos, un poco desobedientes para mi gusto, pero al menos a su madre sí que le hacen caso. Y bueno, tan sólo echaba de menos un poco más de tiempo para mis aficiones pero el trabajo, las  labores domésticas y el cuidado de los míos eran circunstancias que me mantenían ocupado la mayor parte del día.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Cuando el despertador suena

Un cuento por Víctor Álex Hernández


Fotografía: José de Haro 
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Me desmoroné. La oscuridad se compuso sobre mi ser. Era incapaz de ejercer la fuerza suficiente como para levantar mis párpados. La noche aún era presente y por mucho que mi pensamiento tuviera la certeza de que hacía ya unas horas el sol se habría despegado de la línea del horizonte, y sus rayos penetrado sin compasión a través de mi ventana, no existía claridad alguna que pudiera iluminar mi porvenir. No sentía ningún tipo de dolor físico pero mi espíritu agonizaba perdido en la penumbra. Pude, a duras penas, tragar saliva. En mi boca había dos cuerpos extraños que al tacto con la lengua me recordaban lo mucho que había perdido con aquel golpe. Tan sólo quise ser yo misma, decirle que no le pertenecía, que yo era dueña de mis decisiones y esclava de mis errores, pero nunca más prisionera de su voluntad. A cambio de mi osadía recibí mi golpe de gracia. Y en ese instante, deseando con impotencia poder ver la luz del día, los recuerdos comenzaron de nuevo a torturarme.