—Hola. ¿Lo de siempre? —se preguntó desde el otro lado de la barra.
Un leve asentimiento con la cabeza fue la única respuesta desde este lado.
El local estaría vacío si no fuera por una pareja de enamorados que con manos entrelazadas departían junto a unas copas de vino rosado, intercambiándose sonrisas a la cálida luz de una tenue vela. Un camarero, el cocinero y el habitual visitante nocturno eran el resto de personas que allí se hallaban. Sonaba una obra de piano de Philip Wesley por los altavoces y en las mesas desocupadas las llamas de las velas reclamaban, sin cesar, la presencia de otras almas enamoradas que jamás acudirían a su calor ni a su luz.